El fósforo es uno de los minerales más abundantes en nuestro cuerpo. Lo encuentras en los huesos, los dientes y también en cada célula. Cuando hablas de "niveles de fósforo" en sangre, estás mirando cómo ese mineral está circulando y si tu organismo lo está usando bien.
Muchas personas creen que el fósforo solo sirve para los huesos, pero también ayuda a producir energía, a filtrar desechos y a mantener el pH equilibrado. Por eso, un nivel fuera de lo normal puede dar señales de problemas en riñones, en la tiroides o en la absorción de nutrientes.
En adultos, el rango de referencia suele estar entre 2,5 y 4,5 mg/dL. Un número dentro de ese intervalo indica que tu cuerpo mantiene el equilibrio. Si aparece por encima, hablamos de hiperfosfatemia; si está por debajo, de hipofosfatemia. Cada caso tiene causas distintas y requiere un enfoque propio.
La hiperfosfatemia suele estar vinculada a una función renal reducida, ya que los riñones son los encargados de eliminar el exceso. También puede deberse a una ingesta alta de alimentos ricos en fósforo, como carnes procesadas, lácteos y refrescos con fosfatos. Por otro lado, la hipofosfatemia puede aparecer tras una diarrea prolongada, uso de antiácidos con aluminio o una ingesta insuficiente de alimentos como pescado, frutos secos y legumbres.
Lo primero es conocer tu dieta. Reduce el consumo de sodio y de alimentos ultraprocesados, porque suelen contener aditivos de fósforo. Prefiere fuentes naturales: verduras de hoja verde, frutos del mar y granos integrales. Cuando cocinas, evita añadir mucho queso o cremas cargadas de fosfatos.
Si tienes problemas renales, tu médico puede recomendarte quelantes de fósforo, que son medicamentos que se unen al mineral y evitan su absorción. En casos de hipofosfatemia, el suplemento de fósforo o una dieta más rica en este mineral pueden ser la solución. Siempre sigue la pauta profesional antes de automedicarte.
El ejercicio también juega un papel. Actividades de fuerza ayudan a que el fósforo se incorpore a los huesos, mientras que el cardio favorece la circulación y la eliminación de desechos. No necesitas pasar horas en el gimnasio; basta con caminar 30 minutos al día y añadir algunas sentadillas.
Otro detalle que a menudo se pasa por alto es la hidratación. Beber suficiente agua facilita la función renal y permite que los riñones eliminen el exceso de fósforo de forma más eficiente. Apunta a unos 2 litros al día, ajustando según tu actividad y clima.
Si notas síntomas como fatiga, calambres musculares, picazón en la piel o cambios en la visión, es momento de consultar a un profesional. Esos signos pueden ser la forma en que tu cuerpo te avisa de que los niveles de fósforo están desbalanceados.
En resumen, controlar los niveles de fósforo no requiere trucos complicados. Conoce tu rango, cuida la alimentación, mantente activo y bebe suficiente agua. Si tienes alguna condición médica, sigue las indicaciones de tu doctor y controla regularmente tus análisis de sangre.
Recuerda que la información está al alcance de tu mano. Usa esta guía como punto de partida y no dudes en buscar ayuda especializada cuando lo necesites. Mantener los niveles de fósforo bajo control es una pieza clave para una salud integral.